Tengo en mis manos una reedición de 2019 de La princesa manca de Gustavo Martín
Garzo, en editorial Kalandraka. Una auténtica joya.
La princesa manca tiene el regusto de los cuentos de antaño,
contados al calor de la lumbre. Es de esos cuentos que una parece encontrar en
un alto del camino en una reunión de pastores
,refugiados al calor de las brasas en una noche fría de invierno, en la
que lo que se cuenta, abriga y reconforta.
Fuego e historias, ingredientes perfectos para calentar el
espíritu.
Gustavo Martín Garzo, autor de esta delicadeza de cuento, es
un contador de historias a la antigua usanza. Lo narrado parece sembrado con manos delicadas, hilado y cosido en el mandil
de las abuelas, donde cabe lo mucho y lo poco. Las abuelas, las mejores
contadoras desde que el mundo es mundo.
La sorpresa, el encantamiento, el asombro, el volver a ser
infantes, está a solo un pase de página.
Queremos más, que nos cuente más, que la historia que se hace
otras historias, no se detenga. La noche es larga y las palabras del contador
brotan del manantial sereno de los sueños. Primero es un hilito, pero poco a
poco, si sabemos darle el tiempo necesario, la historia se va haciendo río y el
río se va haciendo cada vez más caudaloso hasta alcanzar el mar, donde
desembocan todos los cuentos.
Los cuentos de Martín Garzo son como casas solariegas en las
que recalar buscando sosiego. En ellos las palabras se cocinan a fuego lento,
removiendo con la cuchara de palo, dando las vueltas necesarias para que el
guiso final nos aproveche y nos reconforte: “sólo en su mansedumbre se guardaba
el secreto del paraíso”. La mansedumbre como la mejor manera posible de transitar
esta vida.
Una no puede entrar en las historias de Martín Garzo sin
poner a punto la imaginación, sin volver de nuevo al reino de la inocencia
donde conviven en amor y compaña animales, hombres, criaturas extrañas, una
naturaleza madre que nos guía y nos salva de los peligros, el bosque como
criatura poseedora de todos los secretos. Emboscarse para sanar: “Aunque existieran la pobreza, las ofensas,
los fracasos, nadie lograría extinguir jamás esa luz que les llegaba del misterioso bosque, revelándoles
lo simples y verdaderas que podían ser las cosas”.
La princesa manca, y otros cuentos de Martín Garzo,
son percibidos por los cinco sentidos. Sólo así podemos entenderlos,
disfrutarlos y sanarnos. Nuestra existencia viene dada por la aceptación del ciclo reiterativo entre la vida y la
muerte. El autor nos muestra el verdadero ritmo de la vida, que no es otro que
la pausa, el transitar tranquilo, el dejarse mecer en los hilos de las horas.
Hay un tiempo para “encontrarnos con las cosas, y otro para despedirnos de
ellas”. Y esto es así de sagrado.
A la usanza de los antiguos juglares, cuenta directamente al
corazón. Lo narrado no parece escrito, sino dicho por labios expertos en
pregonar historias.
La vida es un camino lleno de pruebas y sorpresas. En ella el
dolor da paso a una felicidad más o menos efímera, y de ésta al sufrimiento
media un suspiro. Cuanto antes lo aceptemos, más disfrutaremos del tiempo de
vida que nos ha sido asignado. Y esto nos lo enseña como nadie este filósofo contador
de historias que es Martín Garzo.
Contar para asombrarnos del milagro que es la vida.
Mª José Vergel Vega